SALTA
Hay que saltar en los
charcos
como cuando éramos
niños.
Disfrutando, riendo.
Saltar en el corazón,
justo en el centro
del charco.
Mojarnos,
empaparnos hasta los
huesos
y dejarnos envolver
como un regalo
en nubes de chispitas de diamante.
Y por un corto
espacio de tiempo
sentirnos vivos,
aunque sepamos que
nos vamos a resfriar
y que pasaremos un
tiempo
a golpe de pañuelo.
No importa,
una vez recuperados
encontraremos nuevos
charcos
y sin miedo,
volveremos a
saltarlos.
Mejor que el último
tren nos encuentre así,
empapados y no
resecos.
Aunque nos vayamos
con los mocos colgando.
© Nuria Velasco
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