PRENDAS COMUNITARIAS
Soy la segunda de cuatro hermanos y en mi casa cada uno teníamos nuestras
cosas. Cuando digo nuestras, quiero decir en propiedad, objetos, ropa, juguetes
que nos prestábamos, pero sabíamos a quien pertenecían.
Solamente había cuatro prendas comunitarias que rodaban entre nosotros de
forma aleatoria, siguiendo los designios del destino.
Cuatro verdugos,…Dos blancos, uno marrón y uno azul.
De los cuatro, el marrón era odiado por todos nosotros, causaba un picor
insoportable, tan intenso, que estoy segura que estaba tejido con la lana de
una puta oveja resentida con el mundo, que se había alimentado de ortigas, para
que su lana resultase lo más irritante posible y así vengarse de los humanos….
Ella consiguió su propósito y nos amargó los inviernos de nuestra infancia.
Durante algunos años, cada mañana, cuando ya estábamos listos para ir al
colegio, enfundados en uniformes, abrigos, bufandas, guantes y los zapatos
Gorila, comenzaba el ritual.
Mi madre abría la puerta y se colocaba junto al perchero que había colgado
en la entrada y al azar cogía un verdugo.
Si no era el marrón, todos nos acercábamos a ella poniendo nuestras
cabecitas esperanzados porque ese día Dios se apiadara de nosotros. Ella se lo
colocaba al primero que pillaba y este salía victorioso hasta la puerta del
ascensor.
Así, hasta que su mano alcanzaba el odiado y picajoso verdugo marrón.
Entonces, los que quedábamos, reculábamos y permanecíamos inmóviles,
mientras ella, chascaba la lengua, meneaba la cabeza y decía:
-Vamos, venga, que llegamos tarde!
Silencio total, ningún movimiento dentro de la casa, solo las cabezas de
los que ya estaban en el rellano de la escalera aparecían a su espalda con los ojos
solidarios del que se sabe a salvo.
Pasados unos segundos, en los que rezábamos para hacernos invisibles, el
brazo de mi madre se alargaba hasta la primera solapa que pillaba y tirando del
abrigo, ponía a la presa delante de ella y le encasquetaba el verdugo de ortigas.
Joooooooooooo mamaaaa (con acento en la primera a), ese noooo,
que pica! – Da
igual a quien le tocara, todos decíamos lo mismo.
Tú si que picas, venga, danzando que llegamos tarde - Da igual a quien le contestara mi madre, a
todos nos decía lo mismo. La sentencia estaba dictada y no había escapatoria.
Y así enfilábamos la Calle Nicolas Salmerón cada día, tres sonrientes y saltarines
Velasco abrían el desfile, detrás mi madre y cerrando la comitiva el “condenao”,
que arrastraba la cartera con una mano y con la otra iba rascándose el cuello y
las orejas hasta el colegio.
No me hables de verdugos...
© Nuria Velasco
Me encanta el comentario,pero a la primera que no le gustaban los verdugos era a mi madre����
ResponderEliminarMe encanta el comentario,pero a la primera que no le gustaban los verdugos era a mi madre😉😉
ResponderEliminarMe encanta el comentario,pero a la primera que no le gustaban los verdugos era a mi madre😉😉
ResponderEliminarNo sabes la suerte que tuviste!!! Un abrazo.
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