Translate

viernes, 2 de octubre de 2015

PRENDAS COMUNITARIAS


PRENDAS COMUNITARIAS





Soy la segunda de cuatro hermanos y en mi casa cada uno teníamos nuestras cosas. Cuando digo nuestras, quiero decir en propiedad, objetos, ropa, juguetes que nos prestábamos, pero sabíamos a quien pertenecían.

Solamente había cuatro prendas comunitarias que rodaban entre nosotros de forma aleatoria, siguiendo los designios del destino.

Cuatro verdugos,…Dos blancos, uno marrón y uno azul.

De los cuatro, el marrón era odiado por todos nosotros, causaba un picor insoportable, tan intenso, que estoy segura que estaba tejido con la lana de una puta oveja resentida con el mundo, que se había alimentado de ortigas, para que su lana resultase lo más irritante posible y así vengarse de los humanos….

Ella consiguió su propósito y nos amargó los inviernos de nuestra infancia.

Durante algunos años, cada mañana, cuando ya estábamos listos para ir al colegio, enfundados en uniformes, abrigos, bufandas, guantes y los zapatos Gorila, comenzaba el ritual.

Mi madre abría la puerta y se colocaba junto al perchero que había colgado en la entrada y al azar cogía un verdugo.
Si no era el marrón, todos nos acercábamos a ella poniendo nuestras cabecitas esperanzados porque ese día Dios se apiadara de nosotros. Ella se lo colocaba al primero que pillaba y este salía victorioso hasta la puerta del ascensor.

Así, hasta que su mano alcanzaba el odiado y picajoso verdugo marrón.

Entonces, los que quedábamos, reculábamos y permanecíamos inmóviles, mientras ella, chascaba la lengua, meneaba la cabeza y decía:

-Vamos, venga, que llegamos tarde!

Silencio total, ningún movimiento dentro de la casa, solo las cabezas de los que ya estaban en el rellano de la escalera aparecían a su espalda con los ojos solidarios del que se sabe a salvo.

Pasados unos segundos, en los que rezábamos para hacernos invisibles, el brazo de mi madre se alargaba hasta la primera solapa que pillaba y tirando del abrigo, ponía a la presa delante de ella y le encasquetaba el verdugo de ortigas.  

Joooooooooooo mamaaaa (con acento en la primera a), ese noooo, 
que pica! – Da igual a quien le tocara, todos decíamos lo mismo.

Tú si que picas, venga, danzando que llegamos tarde -  Da igual a quien le contestara mi madre, a todos nos decía lo mismo. La sentencia estaba dictada y no había escapatoria.

Rápidamente colocaba los restantes verdugos y salíamos a la calle.

Y así enfilábamos la Calle Nicolas Salmerón cada día, tres sonrientes y saltarines Velasco abrían el desfile, detrás mi madre y cerrando la comitiva el “condenao”, que arrastraba la cartera con una mano y con la otra iba rascándose el cuello y las orejas hasta el colegio.

No me hables de verdugos...




© Nuria Velasco

4 comentarios:

  1. Me encanta el comentario,pero a la primera que no le gustaban los verdugos era a mi madre����

    ResponderEliminar
  2. Me encanta el comentario,pero a la primera que no le gustaban los verdugos era a mi madre😉😉

    ResponderEliminar
  3. Me encanta el comentario,pero a la primera que no le gustaban los verdugos era a mi madre😉😉

    ResponderEliminar