Hoy os dejo este maravilloso relato lleno de valentía, para todas las mujeres que se atreven a decir adiós y comenzar una vida nueva... Además de un adiós, es un hola a la esperanza y al reencuentro con nuestro yo dormido... Feliz despertar!!
¡Adiós!, un relato de Rosa Ayuso, escritora y amiga.
Si queréis conocer más sobre su obra, podéis visitar su blog: http://rosaayusomiblog.blogspot.com.es
¡ADIÓS!
Qué vértigo
pensar las horas que he dedicado a ti después que la pasión se largara por la
puerta. ¿Dónde diablos estará ese documento? Llevo toda la vida buscándolo sin
conseguir averiguar dónde lo metí. Tal vez, si te hubieras ocupado tú de archivarlo,
ahora sabríamos dónde está. Ya sabes. Me refiero a ese contrato invisible que
firmamos las mujeres desde el mismo día de nuestro nacimiento. Ese donde dice
que debemos ser una prolongación de vuestras madres. Pero yo no firmé nada. Ha
dejado de gustarme ese rol. Demasiado tiempo siendo el reposo del guerrero sin
conseguir encontrar al caballero encantado que me permitiera su pecho en días
oscuros. Mientras te hundías en el sofá, me mirabas con ojos de pez, bostezando
plácidamente; en tanto que yo descubría tener grandes dotes para el
monólogo. Fue bonito desde la inocencia de mis veintitrés años. Seguí los
consejos de aquel librito. ¿Cómo se llamaba? Sí, era algo así como: Urbanidad
para señoritas. Pero, por fortuna, no castró esa chispa de libertad que
latía en mi pecho y que tú, sin querer, avivaste, convirtiéndolo en un fuego
inmenso. Una y otra vez, del bolsillo de tu pantalón favorito, rescataba un
llavero de plata, que yo nunca te regalé, antes de ponerlo, dentro de la
lavadora. Tus zapatillas listas cuando llegabas a casa. Yo, con un impoluto y
perpetuo delantal que sólo me quitaba para dormir. Perfectamente maquillada y
peinada para el supuesto de que te dignaras mirarme. En silencio, si tú
decidías no hablar, aunque deseara contarte lo ajetreado de mi día, los
problemas de los chiquillos… A un gesto de tu mano, una cerveza fresca.
Tus pies cansados, apoyados sobre la mesita. Un cuadro perfecto: el rey de la
casa y la cenicienta.
He albergado a
nuestros hijos en mi vientre y ahora los albergan otros brazos, vuelan por
sí mismos y eso me hace feliz y libre. Ahora, rescindo el contrato que sí
firmé con ellos, porque ya apenas me necesitan. En buena hora.
Anoche, cuando
dócil, permitía tu desahogo, miraba al techo ausente. Una pequeña tela de araña
colgaba de la lámpara atrapando a un inocente mosquito. Y me dije: ¡Basta!
No sentiré tu
ausencia porque es lo que deseo: tenerte lejos. No hay duelo. Ese, ya lo sufrí
hace mucho. Así es que, ahora, me resulta fácil decirte que me importan
un pimiento tus gustos culinarios y tus pantalones favoritos, que no sé dónde
está tu camisa azul, ni los calcetines de deporte.
Perdona, suena
el teléfono. Debe ser el taxi que he pedido. Lo primero que haré esta noche, a
muchos kilómetros ya de ti, será tomar un baño de espuma. Cerraré los ojos y
respiraré profundo con la paz que siento al saber que no llamarás a la puerta
con tus insolentes nudillos para preguntarme cuándo está la cena. Esta noche,
pediré la mía. Pondré velas y un par de flores. Nadie me dirá entonces que soy
una ridícula romántica.
Por cierto,
ese llavero de plata grabado con: Feliz Aniversario, mi amor, L.C.
y en el que no reparé al meter a lavar tu delicado pantalón; sin querer se
enganchó con el tambor de la lavadora. Se ha hecho añicos y ha destrozado tu
prenda favorita tan delicada. No puedes imaginar cuánto lo siento.
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